Continuando con el tema de la última entrega y en vista de los
acontecimientos que han venido acaeciendo en nuestro planeta con el deceso de
personajes públicos reconocidos y el aumento exagerado de mujeres e incluso
niños migrantes que se han suicidado, me veo obligada de nuevo a hablar del
tema de la migración y la depresión y su correlación con esta situación.
Con motivo del día internacional de lucha contra el suicidio el pasado
10 de septiembre es bueno recordar que este flagelo es la segunda causa de
muerte no natural en el mundo, con casi un millón de personas por año. Bien es
sabido que puede tener un componente genético pero también es cierto que en el
otro cincuenta por ciento corresponde a factores ambientales y sociales.
Algunos factores de riesgo son la baja tolerancia a la frustración,
exposición a situaciones hostiles, el aislamiento, no contar con una adecuada
red social y familiar, el pasar por acontecimientos particulares que afectan
nuestras emociones como la perdida de los padres, o los hijos, el hogar, el
trabajo o casi todos al mismo tiempo, especialmente cuanto se está en una
situación migratoria.
La incomprensión y la soledad sumados al consumo de sustancias
psicoactivas o alcohólicas no favorecen para nada esta panorámica de riesgo y
menos cuando en algunos casos se puede añadir una enfermedad que quizás no
cuente con una protección del sistema de salubridad en el país de acogida.
Por ello, cabe recordar aquí que bien pueda estar ocurriéndonos
personalmente o bien pueda estarle ocurriendo a un familiar o a un amigo, hay
que tener en cuenta las señales de alarma como son los comentarios relacionados
con posibilidades de llevar a cabo un intento de suicidio, cambios repentinos
de temperamento de ira a calma total, poner todos los documentos en orden como
si se fuera a emprender un viaje sin retorno, autolaceraciones, aislamiento, o
conductas fuera de lo normal.
Se que no es fácil asumir que quizás un ser querido este pensando en
hacerse daño o acabar con su vida pero es mejor darse cuenta a tiempo y
facilitarle la ayuda que puede estar pidiéndonos incluso a altavoz. En ese caso
nos corresponde tener cerca un número de emergencias, darle el acompañamiento
adecuado y limitarle el acceso a medios lesivos.
Busca trabajar con esta persona sus habilidades de comunicación,
pregúntale cosas y dale la posibilidad de contar contigo, busquen consejo,
fomente su autoconfianza, sus propios valores personales, creencias religiosas
y la receptividad hacia otros, generando un buen apoyo familiar y social.
Pero antetodo enseñémosle o enseñémosnos a generar estrategias de
afrontamiento que busquen solucionar nuestros problemas de diferentes formas y de la mejor manera posible, equilibrando realmente las expectativas ante la adversidad o ante la frustración y que permitan disminuir el malestar emocional, la impulsividad y
las conductas negativas que puedan atentar contra la integridad personal.
+Mónica Riveros
www.online-psicoterapia.com
@Psico_Migrante